"La anorexia no es un capricho"
Una familia zaragozana relata las vivencias por las que pasaron por la enfermedad de uno de sus hijos De la mano de Arbada, ahora ayudan a otros a sobrevivir a este "infierno"
"Mide 1,83, pero llegó a pesar
49 kilos. Era un esqueleto con piel. Tenía el vientre hacia adentro y nos pedía
que le lleváramos al hospital a que le operaran, porque distorsionaba la
realidad hasta verse gordo. No bebía ni agua". Luis y Rosa explican con
crudeza el lado más visible del "infierno" por el que ha pasado esta
familia zaragozana durante los últimos ocho años. Especialmente el menor de sus
dos hijos, enfermo de una anorexia.
La parte que no se ve se hace más difícil de contar. A ello ayuda el apoyo
que recibieron en Arbada, la Asociación Aragonesa de Familiares de Enfermos con
Trastornos de la Conducta Alimentaria, que cumple ahora 15 años. Pese a que
aseguran que "nunca decimos que nuestro hijo está curado", ver que el
joven lleva ya una vida "absolutamente normal" permite que ahora sean
ellos los que relatan su experiencia a otras familias que viven un trance así.
Les transmiten que la anorexia "es una enfermedad mental grave, no un
capricho, y que no es culpa suya".
Todo empezó con un problema --"un pequeño acto de vandalismo"-- en
el colegio. "Lo tenemos clarísimo", dicen. Los estudios demuestran
que los trastornos alimentarios obedecen a varios factores, entre ellos el
genético. Pero siempre hay un desencadenante. En su caso, fue un suceso
aparentemente menor en la escuela. El joven, cuyo nombre prefieren omitir sus
padres, no lo encajó bien. "Comenzó a hacer el tonto con la comida y,
cuando estaba en la mesa, se marchaba dos o tres veces al baño", afirma
Luis. "Sospechamos e imaginábamos por dónde podían ir los tiros, pero no
se nos aclaraba nada", señala este padre, que añade que "un día, por
casualidad, dimos con Arbada y se nos abrió el cielo".
Un proceso gradual
Pero fue un proceso gradual. El hijo de Luis y Rosa acabó mostrándose
"colaborador" tres años después de los primeros síntomas, tras
cambiar de colegio y recibir ya tratamiento psiquiátrico. Con la ayuda de los profesionales
del Hospital Clínico de Zaragoza, en donde se halla la unidad infantil para
este tipo de trastornos, dejó de pensar que "se iba a morir" y,
hablándolo con él, se hizo "consciente" de que tenía un problema y
que se podía atajar. "En ese momento, el niño descansó", señala Luis.
Siguiendo las pautas de los médicos y tomando una medicación que aún no ha
abandonado del todo, ese niño es hoy un joven a punto de entrar en el mercado
laboral. "Ha crecido como persona y nosotros también", argumenta Luis,
que insiste ahora que "hay muchas familias en la misma situación que
necesita nuestra ayuda". Según las estadísticas, entre el 4 y el 6% de la
población.